lunes, diciembre 20, 2004

Recreo melanco

¿Cómo no vivir con vértigo, si estoy a punto todo el tiempo de caerme de mí mismo? De volcar, digamos. De repente, todo lo que me sostiene se afloja, da la impresión de que finalmente va a empezar nomás la caída libre. Pero no. Otra vez aquella cuerda se tensa, y luego ésta, y la otra. Alguien debe estar divirtiéndose con esto, ¿no? Conmigo. O quizá sea la prótesis adolescente que me pusieron los aliens en lugar del lóbulo occipital que me extirparon aquella noche, o tal vez el engranaje ovalado que el neurólogo nunca supo mejorar en su circunferencia. Sería sensato empezar a hablar de seguramente fue la crianza, si todo cierra: el padre ausente, la madre y su abrazo demasiado apretado luego del horario de trabajo, calentar de una vez lo que tantas horas estuvo frío. Incluso la sopa. Bah, tonterías. Pero es la única explicación que le encuentro a mi odio visceral a las voces de locutores, a las maestras jardineras y a los repartidores callejeros de panfletos. Pobres, ellos no tienen la culpa. Pero yo tampoco. La culpa es de papá y mamá. Pobres también. La culpa habrá sido de los abuelos y las abuelas. Pobres también. La culpa habrá sido.

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