viernes, noviembre 05, 2004

El despertar de Ludomatic

Siento la respiración del monstruo. Está tan cerca. Niguno de mis cinco sentidos sirven para sentirlo. Es que no lo escucho, no lo veo, no lo huelo. Pero lo siento. Agazapado. Enrrollado en sus pelos y su pasta de sudor, con el exoesqueleto empañado, cáscara verde translúcida como carcaza de IMac. Luminiscente. Sus babas deben estar por tocarme los zapatos. Sé de alguien capaz de tejer con ellas un capullo apretado para encerrar al monstruo. Pero alguien no está aquí. Quizá si dejase de soplar tanto viento sobre la laguna... Si yo pudiera leer el informe del tiempo. Informe, sin forma. Informática. Deformática. Sinformática, si me salvo del monstruo voy a patentar este nombre para que alguien lo use en un software para hacer partituras. Ludomática. La resistencia de la hemiesfera de acrílico producía algún placer, estoy seguro, uno ponía todo el peso del cuerpo encima, así, apoyadas las palmas sobre la burbujita, y click y rebotar de dados saltimbanquis sobre un piso de latita y seis más corona, los cilindritos verdes avanzan como monstruos y se comen a los amarillos a su paso. Creo que acaba de moverse. El monstruo, no el de ludomatic sino el mío, aunque se parecen. Ambos tienen la cabeza cuadrada pero plana, puesta en horizontal como el mundo de Colón y sus bordes de finisterra. De allí es oriundo el tatarabuelo de mi monstruo. O por lo menos de éso le gusta jactarse. Cerebro de dados. ¿Alguien guarda un Ludomatic en el fondo de algún estante alto, de esos a los que sin escalera no pueden llegar las manos holocáusticas de madres con síndrome de limpieza general, mi general? Ja, yo sí guardo un Ludomatic, y un Gran Gol, y unos cuantos autitos Gorgi, y camioncitos San Mauricio. Y nunca, pero nunca, voy a venderlos en Mercado Libre ni en Deremate. Tal vez les saque una que otra fotografía, y el día glorioso en que aprenda a subir imágenes a mi blog podrás apreciarlos, querido monstruo.